viernes, diciembre 05, 2025

Sisyphus Finally Quit

 

Siete años.

Siete largos giros alrededor del sol desde aquella última señal de vida en junio de 2018. Sé que el silencio ha sido sepulcral. Quizás algunos pensasteis que la roca finalmente me había vencido, que había resbalado y me había aplastado al pie de la montaña. Otros, quizás, simplemente olvidasteis que este Sísifo existía.

Y ese, precisamente, era el plan.

Como os conté entonces, allá por 2018, yo ya había dejado de empujar la roca. Mentalmente, quiero decir. Mis manos seguían sobre la piedra fría, mis hombros seguían tensos bajo la nómina y las obligaciones, pero mi mente se había declarado en huelga. Había conseguido la libertad interior, el primer paso crucial. Pero sabía que para escapar físicamente del Tártaro, para que los "dioses" que administran los horarios y los rendimientos me dejaran marchar de verdad, necesitaba volverme invisible.

Necesitaba siete años de silencio. Siete años de perfil bajo, de ser una sombra gris en la oficina, de no hacer ruido mientras limaba los grilletes milímetro a milímetro. Tenían que que conseguir que se olvidasen de mí para que poder escabullirme por la puerta trasera.

Y ha funcionado. Me han concedido la prejubilación. El salvoconducto final.

El día que firmé los papeles, escuché un sonido que nadie más oyó: el estruendo sordo de unas cadenas muy antiguas cayendo al suelo de la caverna. Allí dejé la roca solitaria al pie de la montaña, nadie la echará en falta. La cima está llena de gente... pero son todos ciegos... aún no comprendo como han llegado hasta allí.

Sin embargo, la libertad tiene sus propios vértigos. Una vez rotas las cadenas, me he dado la vuelta. He dejado de mirar la pared del fondo donde se proyectaban las sombras danzantes de la "vida laboral" y he mirado hacia la boca de la cueva. La salida está ahí.

Pero he descubierto algo que ya intuía: la luz del sol exterior es cegadora. Duele. Después de décadas en la penumbra, la realidad pura y dura del tiempo libre absoluto, de la libertad sin guiones, es abrumadora. Me está costando salir de la cueva más de lo previsible; mis ojos aún no se acostumbran a la claridad de ser dueño de mi propio destino. Tengo que buscar rutinas que me ayuden a sobrellevarla pero así no puedo avanzar.

Por eso, para no quedarme paralizado en la entrada, cegado por el sol, he tomado una decisión: me he matriculado en Filosofía. Necesito nuevas herramientas de navegación, necesito entender la naturaleza de esta luz que ahora me baña y reinterpretar las sombras que he dejado atrás.

Ya no soy Sísifo. Ahora soy solo un hombre en la entrada de una cueva, frotándose los ojos, con un desgastado y viejo libro bajo el brazo. Es un proceso extraño y fascinante. Quizás, solo quizás, me anime a contároslo por aquí a partir de ahora.

El silencio ha terminado.