Terrible maldición
La frontera entre felicidad e infelicidad, en realidad, no depende de grandes cosas. Más bien depende de pequeñas cosas. El secreto está en los pequeño.
¡J.M. se equivocó al no querer ayudar a la vieja gitana! Con una mueca de odio desfigurándole la cara, la matriarca le maldijo irrevocablemente con estas palabras: “Escucha tu castigo por no haber querido perder un minuto conmigo... ¡Que desaparezcan tus alegrías cotidianas! A partir de ahora tus cafés se enfriarán en segundos, la cerveza que te sirvan estará caliente y los vinos te sabrán amargos; llegarás a la parada del autobús cuando el tuyo acabe de marcharse y el siguiente tardará el triple de lo normal en llegar; perderás todos los trenes y aviones por segundos; jamás recordarás el nombre de la gente que conozcas; entrarás siempre tarde en cines, teatros y espectáculos; toserás violentamente cada vez que te eches a reír; nunca se te volverá a ocurrir ninguna excusa; los ordenadores se te colgarán en los momentos más inoportunos; las máquinas expendedoras nunca te devolverán cambio ni funcionarán correctamente para ti; mancharás tu traje varias veces en cada comida; la gente que se cite contigo llegará siempre tarde y se equivocará de sitio; sudarás como un cerdo al mínimo amago de calor y te constiparás con la más tenue corriente de aire;... No hacen falta grandes maldiciones para destrozarte la vida, como pronto empezarás a comprobar”.
¡J.M. se equivocó al no querer ayudar a la vieja gitana! Con una mueca de odio desfigurándole la cara, la matriarca le maldijo irrevocablemente con estas palabras: “Escucha tu castigo por no haber querido perder un minuto conmigo... ¡Que desaparezcan tus alegrías cotidianas! A partir de ahora tus cafés se enfriarán en segundos, la cerveza que te sirvan estará caliente y los vinos te sabrán amargos; llegarás a la parada del autobús cuando el tuyo acabe de marcharse y el siguiente tardará el triple de lo normal en llegar; perderás todos los trenes y aviones por segundos; jamás recordarás el nombre de la gente que conozcas; entrarás siempre tarde en cines, teatros y espectáculos; toserás violentamente cada vez que te eches a reír; nunca se te volverá a ocurrir ninguna excusa; los ordenadores se te colgarán en los momentos más inoportunos; las máquinas expendedoras nunca te devolverán cambio ni funcionarán correctamente para ti; mancharás tu traje varias veces en cada comida; la gente que se cite contigo llegará siempre tarde y se equivocará de sitio; sudarás como un cerdo al mínimo amago de calor y te constiparás con la más tenue corriente de aire;... No hacen falta grandes maldiciones para destrozarte la vida, como pronto empezarás a comprobar”.
Hoy la blogosfera está triste, porque los proximos meses van a ser más difíciles de llevar sin los brillantes articulos del Sr. Martínez en Estratega. Desde aquí le deseamos suerte para sus nuevos proyectos.
PD: Siento la incomodidad de la imagen, pero creo que se ajustaba bien para ilustrar el microcuento.
felicidad, maldicion
7 Comentarios:
Y yo que creía que una maldición en regla era ¡ojalá que te coma la mano un cerdo!
Siento mucho también lo del parón digital del Estratega, del que soy fiel seguidora.
y qué tal esta:
¡ojalá te hagan almanaque para que todos los días te arranquen algo!
No es mía, por supuesto, sino de los hermanos Alvarez Quintero.
No, si lo de las maldiciones tiene más alcance del que creemos. Siempre podemos ver una mano oscura en todos aquellos asuntos que nos sorprenden. Por ejemplo el Interruptor interruptus temporizado de los cuartos de baño, que nunca dura lo necesario y está situado en el lugar menos adecuado.
Curiosas cosas.
Es perfecta la foto para lo que querías expresar y además el cuento está muy bien :D Diseño cyberliterario, eres el number one.
Kiss!!
lula bueno eso aunque no se algo pequeño debe ser bastante molesto.
vailima maldición dolorosa también.
nice efectivamente ese tipo de cosas son las que te fastidian el día.
sonybabe haces que me sonroje, pero con ese tipo de cosas me alegras el día.
duelos y quebrantos, pues tienes razón. Aunque las gitanas que echan maldiciones hoy en día no son como antes, también se modernizan.
Pero la ley de Murphy siempre está ahí, fastidiando.
Estupendo cuento, Telémaco.
La verdad es que las pequeñas alegrías de cada día son lo que nos hace levantarnos por la mañana y no hacer que nos volvamos a meter en ella a los 20 minutos. Yo también echaré de menos a Estratega.
gonzalo notar tu presencia por aquí es una de esas alegrías de las que hablas. Gracias por dejar tu huella.
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